top of page
Afrodita-Lili

Afrodita-Lili

IMG_20201114_111643_937.jpg

Venus-Idlu

Screenshot_2020-09-05-21-24-39-385_com.i

Atenea-Lilu

Capítulo 64 Verdades que duelen

  • Foto del escritor: denovelasvalacosa
    denovelasvalacosa
  • 21 dic 2022
  • 27 Min. de lectura

Las mujeres se le iban acercando mientras pasaba por el centro de la pista, pero no les prestó atención. El rubio sólo tenía una cosa en mente: Sacar a su novia de ahí. Lo más rápido posible, lo más lejos que pudiera llevarla y de cualquier manera, con cualquier excusa.

Buscó entre el gentío a la única que no gritara o bailara entre la multitud, pero no conseguía encontrarla. <<¿Dónde diablos se ha metido?>> pensó Blake con el corazón latiendo fuerte en su pecho.

Le dolía tragar saliva y sabía que debía tener una gran mano marcada en el cuello. Sabía que el apretón de su jefe iba a dejarle marca y también sabía que se lo tenía merecido, pero no le importó, en ese momento nada de eso era importante, ya buscaría la forma de explicarlo cuando se le presentase el momento, al fin y al cabo las excusas siempre habían sido su fuerte.

Al fin, vio a su novia salir de una de las salas VIP, aquella en la que él había estado bailando hasta hacía un momento. Bueno, bailando es lo que se suponía que hacía, pero en realidad hacía mucho más que eso y llevaba haciéndolo desde el principio, tanto como para olvidar esas malditas cámaras de seguridad que habían decidido instalar hacía poco.

—Mi amor —le dijo con una sonrisa tierna en los labios.

—Blake ¿Qué ha pasado en la sala VIP? —su cara no mostraba ninguna expresión que pudiera darle una pista de hasta donde sabía.

—No entiendo tu pregunta ¿Qué va a pasar? Pues lo de siempre.

—¿Lo de siempre incluye cocaína?

Se le congeló la sangre al ver su cara de pocos amigos y la urgencia por una respuesta en sus ojos. Estaba enfadada, muy enfadada, pero no quería sacar conjeturas, de eso él estaba seguro. Al contrario que Atenea, que sospechaba de todos en todo momento, Afrodita solía dar el beneficio de la duda en incontables ocasiones antes de pensar mal.

—No sé de que me estás hablando. —Puso su mejor cara de inocente.

Lovi, que podía parecer tonta, pero no lo era, agarró con cariño la mano de su chico, porque a eso de fingir bondad no la ganaba nadie y le llevó con ella hasta la sala VIP, en silencio, con delicadeza, que no pensara que no le creía.

—Probablemente sean imaginaciones mías, Blake, pero hasta hace un momento quien bailaba en esta sala eras tú y he encontrado esto.

Sacó una bolsita de coca pequeña, a medio terminar, de entre los cojines del sillón que había en medio de la sala.

—Pensé que podía ser de alguna clienta, más que nada porque he visto las pupilas dilatadas de tus ultimas invitadas y estaba dispuesta a sacarlas del local, pero como estaban calmadas cuales gatitas mansas, he preferido no montar un espectáculo y he entrado para llevarme los vasos vacíos que pudieran haber dejado.

—Se les habrá caído. Yo no he visto a nadie drogándose.

—Claro... verás, te creería, cariño, de verdad que me encantaría —sonaba serena. Tenía ese tono que sólo utilizaba cuando estaba realmente enfadada, ese que muy pocos conocían y que quien lo hacía, realmente temía, pues sabían que era sólo el preludio de una gran tormenta—, pero resulta que aun con toda la luz que hay ahora mismo en la sala, tus pupilas también están dilatadas.

Él puso una sonrisa canalla, de esas que le solía poner antes de hacerle algún cumplido que pudiera sonrojar hasta su tono más oscuro de piel, pero esta vez no iba a conseguir el efecto deseado.

—No digas que es por mí —atajó adivinando sus pensamientos— no soy tan ingenua.

>>Verás, Blake, he vivido durante años con un padre que se drogaba cada noche que salía de fiesta y llegaba a casa a la hora de desayunar. Sé como luce la gente cuando va colocada y te conozco lo suficiente para saber que tú te drogas. Lo he dejado pasar hasta ahora porque imaginaba que tu trabajo te resultaba duro y que quizá necesitabas esa ayuda. No quería juzgarte, de verdad, es más, estaba pasando por alto una gran bandera roja para mí sólo porque de verdad quería intentar algo contigo, pero esto no me está gustando nada. No te drogas para aguantar las largas jornadas, las duras noches o a mil locas peleándose por tus abdominales. No. Te drogas con ellas. ¿También se la vendes? ¿Eres tú el causante de todos los problemas que hemos tenido hasta ahora?


El va y ven de la rubia tuvo a Batista con un nudo en la garganta. No sabía hasta dónde había escuchado y qué era lo que iba a decir cuando se decidiera a abrir la boca. Ya la había escuchado resoplar en incontables ocasiones y había frenado su caminata un par de veces para mirarlo, como si fuese a decirle algo, pero entonces continuaba danzando de un lado para el otro, llevándose la mano a la cabeza para apartarse el pelo, como si el roce en su rostro no la dejase pensar con claridad.

Suspiró una última vez y entonces frenó de golpe y habló.

—Tú lo sabías. —El cubano no dio respuesta, esperó a que siguiera hablando— Tu sabías porque Blake insistía tanto con Afrodita. Tú fuiste quien le instó a hacerlo. Tú sabías que era él quien vendía la droga... espera ¿Lo sabías y le ayudabas? No... esto no puede ser... tú... yo sabía, yo sabía que no podía confiar en ti, ni en él, yo lo sabía. Lo supe por meses, lo supe y me enfermé tratando de averiguar que cojones estaba pasando y a ti te dio igual. Tú sabías que él pasaba esa basura y dejaste que aun así saliera con tu amiga. ¡CON TU AMIGA! —recalcó mucho más alto— no... no... Lovi no se merece esto. No se merece a alguien como tú o como él en su vida. Lovi se merece lo mejor. Ella... ella ya ha sufrido suficiente por hijos de puta como él. Ella ya ha tenido demasiada mierda en su vida. —Volvió a llevarse las manos a la cabeza y siguió caminando de un lado al otro sin parar de hablar—. Y pensar que había bajado la guardia, que me iba a ir contigo, pensar que todo lo había dejado atrás. Te creí. Confié en ti porque me pediste que lo hiciera, que lo ibas a arreglar todo, que nadie más iba a vender en nuestro local y así me lo pagas...

—Ati, yo te amo —intentó frenar su verborrea.

—¡Cállate! No me sigas mintiendo. No me amas, sólo estabas conmigo por conveniencia, tal y como él lo hace con mi amiga. Me mentiste.

—No, Atenea, yo te amo —frenó a la rubia agarrando sus hombros cuando ella volvía en su dirección.

Alzó el rostro de la chica con una mano para mirarla a los ojos y vio la furia instalada en ellos. Saltando chispas. Si las miradas mataran, Bryant Batista sería historia.

—Me das asco. ¿Tienes el descaro de decirme eso a la cara, cómo si nada?

—Digo lo que siento. Sí. Yo sabía que Blake vendía droga porque yo le metí en esto. Te dije que había salido del mundillo, pero no pude llevármelo del todo conmigo. También te dije que estaba arreglándolo. Te lo he dicho muchas veces, pero no puedo explicarte cómo lo estoy haciendo. Sí. La cagué, la cagué mucho y muy feo cuando le pedí que se acercara a Lovi, que se hiciera su amigo. Jamás pensé que llegaría a nada tal y como ella miraba a los chicos de la banda. Pensé que siempre le daría largas. No supe que hacer cuando anunciaron que estaban juntos y me quedé callado. Soy una mierda, lo sé. Pero no sabía que además de vender droga también se prostituía. Eso no lo sabía. Lo juro.

La cara de Atenea empalideció al escuchar esas palabras. ¿Qué había dicho que hacía el novio de su amiga?

Reaccionó enseguida y se deshizo de las manos que aún la sujetaban para correr hacia el ordenador. Buscó rápidamente las imagines a las que podían hacer alusión esas palabras y recordó la frase de aquella mujer. Algo sobre sus amigas.

Buscó en la web las fechas en las que Blake había proporcionado bailes privados y acto seguido buscó en los archivos del sistema de vigilancia las grabaciones de aquellos días a determinadas horas.

Se llevó las manos a la boca al ver como el joven se drogaba y se follaba sin control a las mujeres que pasaban por la sala VIP en la que él se encontraba bailando. Siempre, al final del show, o del polvo, ellas le dejaban una propina en mano y salían de ahí campantes, arreglándose el vestido o limpiándose la boca, siguiendo de cerca el culo del bailarín que siempre era el primero en abandonar el lugar.

Vio como sacaba una pequeña bolsa de debajo del cojín del sillón y también como lo hacía de detrás del gran espejo. Vio donde escondía su arsenal y cómo después se deshacía de las pruebas enrollándolas en una servilleta y metiéndolas en alguno de los vasos que después ellas sacaban de ahí.

—Maldito desgraciado —bufó antes de incorporarse de nuevo.

Los ojos le ardían de rabia y por las lágrimas contenidas. Sufría por su amiga y por impotencia, pero también sufría porque lo había tenido siempre delante de sus narices y nunca se había dado cuenta.

—¿Lo sabías? —preguntó aún sin poder mirar al cubano a la cara.

—Te juro por mi hijo que no tenía ni idea. Me he enterado ahora mismo y he ido a partirle la cara, te lo juro, pero tampoco quería montar un escandalo. Lo que has escuchado... ha sido sólo una parte. Le pedía que se alejara de Afrodita. Yo la quiero mucho, mami, tienes que creerme —Atenea soltó una risita irónica.

—Te creeré el día que dejes de mentirme. El día que sienta que por fin puedo confiar en ti sin miedo. Te creeré el día que hagas lo correcto. Por ahora, lo único que creo es que eres un grandísimo hijo de puta que ha jodido a sus socias, a su amiga y a su novia. Un grandísimo capullo que decidió hacer negocios con nosotras para poder sacar su vida adelante vendiendo droga sin importar a quien se llevara por delante y ¿Sabes qué? Va a ser muy difícil que después de esto pueda confiar en ti. Así que si me permites —dijo mientras le bordeaba— tengo que ir a hablar con mis amigas.

—Espera —sujetó su brazo con fuerza hasta que vio como clavaba sus ojos marrones con furia en su rostro y aflojó el agarre, pero no la soltó—. Vas a estropearlo todo si sales ahí y abres la boca.

El tono seco que había usado dejó a la española helada. ¿De verdad estaba diciendo eso?

—Si le cuentas a las chicas lo que sucede, si Blake se va de aquí, dame por muerto.

—¿Le tienes miedo a ese mocoso?

—¡No, Atenea! No le tengo miedo a ese mocoso. Le tengo miedo a sus jefes, a mis antiguos jefes. A esos que estoy tratando de atrapar. Joder. —Hablaba rápido mientras entraba en un torbellino de sentimientos entre el temor y la rabia.

—¿De qué estás hablando?

Batista se llevó las manos a la cabeza, soltando al fin su brazo. Frotó un par de veces su cara para borrar cualquier intento de lágrima escurridiza que se hubiera escapado o quisiera escapar y volvió a mirar a su novia, aunque con más lástima que odio en su fruncido ceño.

—No quería decirte nada porque no quiero ponerte en peligro y fui un egoísta al iniciar algo contigo, al pedirte que vinieras conmigo, pero te amo tanto... —Atenea suspiró con cansancio. No necesitaba esas palabras, quería la verdad—. Siéntate, tenemos que hablar.



La brisa cálida agitaba la melena castaña de Selene, que trataba de apartar los mechones de su rostro mientras hablaba con su novio tras aquella maldita pantalla de la que ya estaba cansada. No quería seguir viéndolo a través del teléfono, no quería seguir escuchando su risa en un altavoz, ni perderse el brillo de sus ojos cuando le decía algo que le hacía especial ilusión. Quería vivirlo de cerca, quería tenerlo a su lado.

—¿Me estás escuchando? —preguntó el ojiverde al ver como ella perdía su mirada en el horizonte.

—Sí, mi amor, estoy aquí. ¿Qué decías de Zabdiel?

—Me ha escrito para contarme que ha hablado con Venus y han arreglado las cosas. Dice que aún tiene mucho que decirme y que me prepare para ser palillo quebrado, pero imagino que es sólo porque le molesta que yo supiera cosas que él debía saber y no supo. Pero no es culpa mía si mis amigas me piden que me quede callado. —Sonrió— Estoy aprendiendo a guardar muchos secretos.

Selene rio bajito al ver el orgullo con el que decía aquellas palabras. Erick nunca había sido alabado por su discreción, la verdad.

—Me alegro mucho por ellos, bonito. Sólo espero que no lo echen a perder de nuevo con su orgullo.

—No creo, al fin se han dicho lo mucho que se aman el uno al otro y han llorado juntos. Dice que han pasado toda la noche hablando y que no se fueron ha dormir hasta dejar a Esteban en el colegio. Que lo hicieron acurrucados y que esta vez siendo los dos plenamente conscientes de lo que hacían. Dice que ha sido la mejor "noche" de su vida —entrecomilló con los dedos.

—Al final los chicos son más chismosos que nosotras. Y mucho más cursis.

—Los artistas, al menos, sí.

—¿Y qué sabés de los demás? ¿Hay alguna novedad de Joel?

—Pues al parecer está super instalado en Italia, con Aldana. Se ha dedicado a componer mucho en este tiempo y cree que pronto se pasará por el estudio para probar las primeras melodías.

—Me alegro mucho por él, creo que le irá genial. Sólo espero que a ustedes también.

—Yo también, pequeña, yo también —la duda se instaló en sus ojos y la nostalgia de tiempos mejores también.

—¿Y qué pasa con Lovi y Chris? —preguntó la Diosa para cambiar el estado de ánimo de su novio.

—Asere, mami, esos dos son un caso a parte. —Volvió a animarse rápido—. Deberías ver como se miran cuando están juntos, pensando que ninguno nos damos cuenta. Me da un coraje que los muy tarados no lo vean tan claro como nosotros.

—El amor es ciego, dicen.

—No... el amor sabe muy bien a donde apunta y donde mira. Los ciegos son esos dos. Mami, el otro día paseaba por la bahía y les vi patinando. Tendrías que haberlos visto. —Una sonrisa se instaló en su rostro— se les veía tan... felices. No entiendo porque insisten en que son amigos.

—Creo que Afrodita tiene un miedo terrible a salir lastimada.

—Y Chris es un tarado que no avanza aun sabiendo lo que ella siente por él.

—Le da su espacio, tal y como ella le pidió.

Erick bufó con notoria pesadez. Sabía que quería decir Selene, pero no estaba de acuerdo. Desde que encontró el amor y supo lo mucho que te eleva estar cerca de la persona a la que amas, no veía lógico ignorarlo como hacían esos dos.

—Tengo que hacer algo para arreglarlo. Porque no me quiero echar flores, pero Vee y Zab están juntos gracias a mis sabias palabras.

Selene rio de nuevo, pero esta vez a carcajadas, pues le hacía gracia ver la poca modestia con la que su pareja hablaba de los logros amorosos de sus amigos. Como si él formara parte de esa ecuación.

—Te extraño —dijo al fin—. Extraño escuchar esas carcajadas pegadas a mi oído y callarlas con un beso. Extraño ser yo el que aparta los mechones de pelo de tu rostro y sobre todo extraño hacerte el amor con fuerza y delicadeza a la vez.

Volvió a hacerla reír cuando ya las lágrimas estaban a punto de resbalarle por la mejilla.

—Yo también te extraño, mi loquito hermoso.



Afrodita despertó única y exclusivamente porque los lametazos de su perra le hicieron cosquillas en la nariz. Abrió el ojo izquierdo con desgana y una sonrisa floreció al ver a Freya sobre su almohada, tumbada y lamiendo sus mejillas.

Se había pasado la noche llorando, cansada y arrepentida por haberle dado una oportunidad al que había sido su novio hasta aquella misma madrugada.

Esto se acabó aquí, Blake. Recoge tus cosas, tú y yo hemos terminado y tu relación con el club también.

No me puedes hacer esto. No puedes echarme así de tu vida, Lili, yo te quiero.

Te quiero... eso le había dicho justo antes de dejarle tirado en la sala VIP con la bolsa de coca entre sus abdominales y su mano izquierda, que evitó que cayera al suelo. Te quiero.

No tardó ni dos minutos en abandonar el club. Ni siquiera recogió sus cosas de la taquilla, simplemente echó a andar bajo la fresca noche abrazándose para darse calor. Tardó en recordar que había olvidado la llave y que lo único que llevaba encima era el teléfono. Buscó bajo la alfombrilla y en su lugar secreto la de repuesto, pero no las encontró por ninguna parte. Entonces se hizo con la del piso de su amiga y con mucho cuidado entró para buscar entre sus cosas la que ella tenía. La encontró en el cajón del pequeño mueble que había en la entrada. Era nuevo y había sido cosa de Dana comprarlo.

Cerró procurando que sonase lo menos posible la puerta y se encerró en su cuarto en cuanto atravesó el umbral de su vivienda. Freya la siguió y entró sin permiso al cuarto de su dueña, quien ya sollozaba por lo estúpida que se sentía. ¿Qué le iba a decir a sus amigas? ¿Cómo iba a dar la cara y decir que nunca vio que era su novio quien los vendía aunque sí sabía que consumía estupefacientes? Iban a matarla. Sobre todo Atenea.


Salió de la cama con más desgana que la que había tenido al abrir los ojos y se metió en la ducha a ver si el agua caliente reconfortaba un poco su estado de animo. Nada cambió.

Se hizo con una toalla y recorrió el cuarto en busca de crema. Se sentó en el borde de la cama y se embadurnó toda con un montón de aquel potingue que tan poco le gustaba usar y que a su vez le fascinaba el olor y la textura que dejaba en su, de normal, áspera piel. Después se dejó caer, desnuda, esperando a que se secara su cuerpo al aire.

—Lovi, ¿Puedo pasar? —preguntó Atenea al otro lado de la puerta.

—No. —respuesta escasa, escueta, fría y directa. Su amiga no volvió a insistir. Tampoco sabía muy bien que iba a decirle o como lo iba a hacer.

La Diosa permaneció tumbada por un largo rato y sólo se permitió moverse cuando vio a su hija de cuatro patas ladrar junto a la puerta. Quería salir, hacía horas que la pobre no iba al baño.

Decidió ponerse lo primero que encontró, que casualmente fue una gran sudadera de Zabdiel y unos leggings un poco viejos que tenían pelotillas. Solía usarlos para dormir, pero estaban a mano y no pensaba pararse a pensar. Tampoco es que pensase ir muy lejos. Una simple vuelta a la manzana. Lo justo para que Freya hiciera sus necesidades.

Salió del cuarto arrastrando los pies, con los cascos puestos y las llaves en la mano. Había metido el teléfono en el bolsillo de la sudadera y la correa la llevaba la perra en la boca, como si no le hiciera falta nadie más para salir de casa.

Llegó a la puerta del ascensor sin escuchar los llamados de su amiga, que había ido tras ella hasta el marco de la puerta, pero que no siguió caminando pues entendió que no la podía escuchar. Total, seguía sin saber como decirle lo que debía contarle.

Al llegar a la planta baja y echar a andar hasta la puerta del edificio, se agachó a recoger el asa de la correa de Freya y ésta decidió que no iba a dársela, así que pelearon un poco por ella hasta que esa pequeña bola de pelo le sacó una sonrisa juguetona. Ella era el único ser confiable que tenía en su vida.

Decidió cogerla en brazos y achucharla un poco hasta cansarse de los lengüetazos que le daba con esa pequeña lengua suya.

—Gracias por estar siempre conmigo, Frey... mis sueños se equivocaban. Tú eres mi verdadero y gran amor.

El teléfono comenzó a sonar y al ver el nombre en la pantalla pensó que lo hacía a modo de protesta por su comentario.

—Hola Chris —le dijo con una sonrisa tonta instalada en sus labios mientras bajaba a su mascota al suelo de nuevo.

—Hola Lof. Oye, estaba pensando...

—Qué peligro. Vamos Freya, volvamos a casa, Chris estaba pensado y eso puede generar cualquier tipo de catástrofe natural —se burló interrumpiéndole.

—Que graciosa —bufó, aunque no tardó en contagiarse de su risa—. Estaba pensando que quizá quieras acompañarme hoy a un sitio.

—¿Dónde? Pensé que empezabas ya a grabar. Erick me dijo que empezabais hoy ¿No?

—Él sí. Yo empiezo mañana.

—Ah... —calló por un momento sin saber muy bien que decir—. ¿Y dónde se supone que quieres que vayamos? —preguntó al fin, al ver que él tampoco decía nada.

—Es una sorpresa, pero por favor, ponte cómoda.

Afrodita se dio un vistazo rápido y pensó que más cómoda de lo que iba, no podría ir, pero que igual tampoco quería que Christopher la viera con esas pintas. Al menos no aquella mañana que su autoestima pendía de un hilo.

—Está bien. Tengo que sacar a Freya y luego darme una ducha...

—Estaré en tu casa en una hora. Por favor, no me hagas esperar —bromeó a sabiendas de que ella era la más puntual de todos.

—Quizá me de tiempo a echarme un ratito, como para ti una hora significa hora y media...

Chris rio un poco más tras el aparato y luego se despidió de ella terminando así con la llamada.


<<Tenemos que hablar urgentemente. Ven a mi casa enseguida, por favor. Es muy, muy importante. Problemas en el Lilith y con Lovi. Te espero, no tardes.>>

Vee despertó al escuchar la vibración del celular. Había caído rendida de nuevo mientras Zabdiel acariciaba su costado durante la película que habían decidido ver sólo porque no tenían fuerzas para hacer otra cosa, pero tampoco querían alejarse el uno del otro.

Se movió con cuidado de no despertarle, ya que él también había sucumbido a Morfeo, y acomodando su postura, agarró su teléfono para leer el mensaje.

—Cariño —le susurró mientras se deshacía de su brazo que había atrapado sus piernas cuando ella se sentó— tengo que irme, Atenea me espera en su casa. Quédate aquí, ahora regreso, no creo que tarde mucho.

Un gruñido fue toda la respuesta que obtuvo antes de que el boricua se diera la vuelta y se abrazara a su almohada para seguir en su ensoñación un poco más.

Agarró la camiseta larga que yacía en el suelo y sin darle la vuelta se la pasó por la cabeza. Después sacó los primeros pantalones que encontró en el cajón y se dirigió descalza a la casa de su vecina y amiga.

—¿Qué pasó? —preguntó rápidamente al ver el ceño fruncido de la rubia.

—Lovi... —hizo un pequeño silencio— Lovi va a sufrir y no tengo los ovarios de ser yo quien le parta el corazón.

—No entiendo nada —afirmó la chilena mientras fruncía el ceño y torcía la cabeza—, ¿Me explicas?

—Ven, pasa —se hizo a un lado para que no siguiese en la puerta parada con todo el pelo revuelto, y cerró tras ella para después seguirla—. Resulta —continuó hablando al sentarse en el sofá—, que ayer descubrí que... —no sabía cómo decirlo sin que sonase ridículo, así que se llevó la mano a la boca, a la barbilla y al pelo mientras buscaba las palabras, alterando más a la chilena, ya conocida por su poca paciencia.

—Resulta que ¡qué! Diablos, no me puedes sacar de la cama, con lo bien acompañada que estaba, para quedarte callada ahora.

—Ah, eso... sí. Felicidades por lo tuyo con Zab. Me alegro de que hayáis dejado de hacer el ganso.

Vee volteó los ojos con impaciencia pues llevaba diez minutos ahí y aún no decía porque le habría de romper el corazón a su amiga. Atenea suspiró y al fin se decidió a hablar.

—Blake se prostituye en el local y además droga a las clientas o bueno, les vende la droga, no sé.

Decidió no decir nada sobre Batista tal y como él le había pedido porque... pues no sabía muy bien porque pero tras la conversación que habían mantenido, había entendido un montón de cosas que su instinto le decían que eran verdad.


Freya, muerta de sed tras aquellas carreras que se había pegado en el parque corriendo tras un palo, salió veloz hacia su casa en el preciso instante la puerta del ascensor se abrió. Lovi caminó tras ella sin muchas ganas, pues sabía que tras aquel mismo umbral le esperaba una mañana de reproches, confesiones y lágrimas, porque admitámoslo, todos sabemos que Afrodita es de lágrima fácil, como buena leona dramática que es, así que resbaló los pies por la moqueta del pasillo hasta que no pudo demorar más la entrada.

—¿Cómo que se prostituye? ¿Qué es eso de que se prostituye?

—Que se folla a las clientas a cambio de dinero, Vee, que hay que explicártelo todo con detalle.

—¿Quién se folla a las clientas a cambio de dinero? —la voz de Afrodita se hizo eco al otro lado del pasillo cuando las uñas de Freya comenzaron a arañar el parqué al correr hacia su cuenco.

A Atenea le desapareció el color de la piel pues toda la sangre se le había licuado al escuchar ese tono áspero que definía la voz de su amiga. Venus tragó duro y miró con los ojos muy abiertos a quien tenía delante.

—Magic Mike, bueno, él no, el compañero de trabajo. ¿No has visto la película? —trató de salirse Vee por la tangente.

—No cuela, vi esa película contigo y no recuerdo que nadie se prostituyera. ¿De quién estáis hablando? —miró a sus amigas con los brazos cruzados y los ojos entornados en cuanto llegó a su altura.

—Lovi... —balbuceó la rubia. No quería decir su nombre en voz alta. No quería ver como se le hacía el corazón pedazos a su hermana una vez más.

—Blake —concluyó Venus con poco tacto. Algo muy de su estilo. Quitando la tirita de una y a gran velocidad, para que duela menos.

—¿Blake? No... Blake... —tartamudeó Lovi con la mirada clavada en el suelo— Blake no se prostituye, él se droga, él vende droga, él no se prostituye...

—¿Qué dices? —su tono era tan bajo que sus amigas no entendían ni media palabra—. ¿Cómo lo sabes? —esta vez Vee dirigió la pregunta hacia Ati, quien miraba a su amiga ya con lágrimas en los ojos pues le dolía ver como se llevaba las manos a la cabeza y se movía nerviosa de un lado para el otro sin avanzar más de un paso en cada dirección. Estaba esperando el quiebre final.

—Le vi por la cámara de seguridad. Batista le pilló anoche y al parecer no había sido la única vez. —Admitió tras unos minutos.

—¿Y por qué me estoy enterando ahora y no anoche? —Su ceño se frunció con verdadera rabia y tensó tanto la mandíbula que pensó que se rompería las muelas.

—Yo quería decíroslo, de verdad que sí, pero cuando salí de la oficina Afrodita ya no estaba. Blake también había desaparecido y tú te veías agobiada con tanto pedido mientras Fabi nos buscaba a ambas por la sala que preferí esperar a hablar con ella —señaló con la cabeza a quien todavía permanecía con la mirada clavada en el suelo sin decir más que palabras incoherentes.

—Le despedí anoche —dijo por fin la Diosa algo con sentido.

—¿Cómo que le despediste anoche? —Venus se iba enervando un poco más cada minuto que pasaba escuchando a sus socias.

—Descubrí que era él quien vendía drogas en el local. Descubrí su alijo en la sala VIP.

—¡¿Qué?! ¿Y nos lo dices ahora? ¿Por qué mierda soy la última en enterarme de lo que pasa en mi negocio?

—No... no sabía cómo decíroslo, chicas. Mi novio era quien nos jodía el negocio. Mi novio me mentía a la cara y yo... yo os mentía a vosotras porque sabía que se metía. Yo lo sabía —las lágrimas resbalaron por su mejilla al fin, con frustración— porque reconozco las actitudes de alguien bajo los efectos... acordaros de Aaron... en fin, el caso es que no dije nada porque pensé que lo necesitaba para hacer su trabajo, pero al parecer es que ese era su trabajo. Se drogaba, vendía droga y se vendía a sí mismo... —tragó saliva y le temblaron las piernas— Se vendía a sí mismo —repitió en apenas un susurro y cayó al suelo de rodillas cuando le fallaron las piernas.

—¡Lovi! —se agachó corriendo Atenea a su lado—. Lovi ¿Estás bien? —Pasó su mano por la cabeza de la morena y acto seguido la bajó por su espalda tratando de ser reconfortante.

—¡No, no estoy bien! —Gritó ahora furiosa deshaciéndose del mimo de la rubia.

Se puso en pie rápidamente y salió a toda prisa de la casa, sin mirar atrás y sin hacer caso de los gritos de sus amigas, que la llamaban mientras trataban de alcanzarla. Pero no fueron lo suficientemente rápidas, ella ya se había subido al ascensor.

—Tengo que ir a buscarla —comenzó a decir la española mientras se acomodaba las zapatillas que tenía a la entrada.

—No —atajó Vee— déjala sola. Tiene que pensar. —Calló por un segundo— Quizá vaya a matarlo —soltó medio en broma, lo que hizo que se ganara un golpe— deberíamos seguirla para ayudarla. Si somos testigos podremos ser cuartada.

—Cállate la boca. ¿No ves que está mal?

—¿Y tú cómo estarías si te enteraras de que tu novio vende droga? —Atenea tragó fuerte, pero pasó desapercibido— Aunque creo que le ha dolido más lo de la prostitución.



Las rocas eran su lugar, ella necesitaba su lugar, pero no se encontraba tan cerca cómo le hubiera gustado, así que mientras desaceleraba el paso para recuperar el aliento, las lágrimas recorrían sus mejillas, dejando un pequeño río de humedad imposible de secar.

El teléfono comenzó a vibrar en su mano. Había olvidado que lo llevaba en ella, así que lo guardó en el bolsillo ignorando la llamada, pensando que sería cualquiera de sus amigas y continuó caminando. Aún le faltaban quince minutos de paseo.

Decidió bordear la costa y evitar la multitud que recorría las calles del Downtown a aquellas horas del medio día.

El teléfono seguía vibrando sin parar, desesperándola cada vez un poco más, pero siguió sin mirar de quien se trataba. Tenía la certeza de que fuera quien fuera no era alguien con quien quisiera hablar, porque en aquel momento nadie era buena compañía.

Los ojos le picaban, la piel le ardía y los pulmones quemaban de tanto esfuerzo que hacía por respirar. No podía creer que la hubieran engañado de nuevo. Que una vez más aquel en quien había confiado le había hecho daño. ¿Qué le pasaba? ¿Qué tenía de malo para que nadie la quisiera? ¿A caso era ella la culpable de todo? No podía más y aún no alcanzaba el lugar en el que solía sentarse para pensar. No quería seguir andando, sólo quería sentarse y llorar. Llorar hasta que no tuviera nada más que lamentar. Llorar hasta que se le acabasen las lágrimas. Quizá así, sin lágrimas, por fin podría ser feliz.

Una vez más el teléfono se removió en su bolsillo, así que hastiada, cansada y de muy mal humor, lo sacó de donde lo había guardado, su bolsillo delantero de la sudadera de Zabdiel y miró la pantalla para poder ladrarle a quien osaba interrumpir su momento de drama.

Blaky, decía la pantalla, con un corazón muy cursi al lado. Blaky. ¿Cómo tenía el descaro de llamarla? ¿Cómo osaba siquiera pensar en ella después de lo que le había hecho?

—¡¡¡Aaaaah!!! —gritó con tanta furia que los pocos transeúntes que pasaban junto a ella miraron asustados hacia donde se encontraba.

Observó con rabia el aparato, contemplando en él, la foto que le había hecho al muchacho noches atrás en el helicóptero y que había decidido utilizar como imagen de contacto. Alzó la mano, cerró los ojos, apretó el teléfono y mientras soltaba otro grito desgarrador, lo lanzó al mar.

Abrió los ojos de golpe. ¿Qué había hecho? Había lanzado su teléfono al mar. Al mar. Eso es lo que había hecho y fue eso, junto a los gritos, lo único que consiguió templar su ánimo. Calmar su llanto y controlar sus pulsaciones. Lo había hecho. Lo había lanzado al mar, con todo su pasado. Con todo su dolor, aunque por desgracia, no con todos sus miedos.


Venus se acurrucó de nuevo junto a Zabdiel, quien ya estaba despierto y ponía morritos mientras la miraba.

—¿Dónde has estado? Dijiste que te irías sólo un momento... —se quejó con ternura.

—Qué tonto eres. He ido a casa de Atenea y Afrodita. Resulta que uno de los chicos del club es... —se mordió el labio. No sabía si Lovi querría que sus amigos lo supieran. Bueno, que más daba, era Zab y a él quería contarle todo desde el momento en que se confesó.

—¿Es...? —preguntó el cantante, impaciente como su chica.

—Prostituto. Se prostituía en nuestro local. —Zabdiel se sentó de golpe, mirando a quien tenía a su lado con los ojos bien abiertos.

—¿Y qué van a hacer?

—Esa es la cuestión. No lo sé. Atenea dice que Batista se va a encargar, pero no creo que a Lovi le haga especial ilusión verle ahí.

—¿Y eso porqué? —Vee le miró con las cejas alzadas a modo de respuesta—. Coño, mami, ¿el tipo que se prostituye es el novio de Afrodita? —Ella se limitó a asentir—. Verga, Lovi... —se lamentó mientras pasaba una mano por su frente—. ¿Dónde está? Tengo que ir a verla.

—No está en casa —la chilena le frenó cuando este se movió para salir de la cama— ha salido corriendo.

El teléfono de Zabdiel sonó en el suelo, donde había caído cuando su dueño se incorporó a toda prisa para salir a buscar a su amiga. Se agachó rápidamente para contestar como si fuera ella quien estaba llamando.

—¿Lovi? —preguntó sin mirar la pantalla. En su cabeza tenía lógica, pero en realidad, ¿Por qué iba a llamarle a él? se preguntó Vee mientras le miraba atenta— Oh, Chris, perdona, pensé que eras Afrodita. ¿Sabes dónde está?

—¿Qué? No ¿Por qué iba a saber dónde está? Me ha dejado plantado, brother.

—¿Cómo que te ha dejado plantado?

—Había quedado en pasar a recogerla y llevo un rato llamando a su teléfono y da apagado. He tocado el timbre pero nadie me abre. Te llamaba porque pensé que quizá Vee sabía algo. La he llamado a ella pero su celular también está apagado.

—Dice que tu celular está apagado —La Diosa se volvió para cogerlo de la mesilla y sí, estaba apagado.

—Se me ha debido de quedar sin batería, anoche olvidé cargarlo entre mimo y mordisco. —Zabdiel sonrió ante el comentario aun a sabiendas de que no era momento para sonrisas.

—Se le ha quedado sin batería, brother. No sé dónde está Lovi, justo ahora Vee me contaba que se había ido corriendo de la casa.

—¿Cómo que se ha ido corriendo?

—Sí, bueno, resulta que... —Venus clavó sus ojos en él y le miró con cara de pocos amigos. Le dijo con esa mirada lo que no podía decir con palabras: Ni se te ocurra abrir la boca, eso es algo que debe contar ella, no tú.

—¿Resulta que qué, Zabdiel? —perdió la paciencia el ecuatoriano.

—Que no sabemos donde está. Sólo que se ha largado corriendo.

—Pero algo ha tenido que pasar —Christopher volvió al coche a toda prisa y trató de meter la llave en el contacto mientras con la otra mano sujetaba el teléfono. Le temblaba el pulso.

—Deberías hablar con ella. Ahora te necesitará más que nunca. —Vee le miró con el ceño fruncido sin entender. El que ahora tenía el pelo azul, tapó con una mano el micrófono del teléfono y le dijo en un susurro—. Christopher está enamorado de ella y ella está enamorada de él, eso ya lo sabemos todos, ahora sólo falta que se den la oportunidad. —La chilena sonrió divertida.

—Pensé que yo era la Diosa del amor, no tú.

—Yo soy un ángel —se burló él.

—¿Tienen idea de dónde haya podido ir? —preguntó el cantante cuando al fin hizo arrancar el motor.

—Si no lo sabes tú, compadre, creo que nadie la encontrará en la vida. Piensa, Chris, ¿Dónde puede estar el amor de tu vida? —bromeó un poco para quitarle hierro a la situación.

—Eso Chris, —gritó Vee a su lado— sigue a tu corazón, él te guiará. —Se burló un poco también.

—Son unos idiotas. No es momento de hacer bromas, si no saben dónde está no... —calló al caer en la cuenta de que sólo había un lugar donde Afrodita siempre iba para sentirse mejor. Para escuchar música triste y llorar. Y lo conocía muy bien porque compartían ese lugar. Su lugar—. Ya se dónde está. Les dejo.



Las rocas de la bahía siempre la habían reconfortado. Siempre habían conseguido, con la calma que le transmitía el mar y el espectáculo que le ofrecían los delfines, que se olvidara de todo lo que le rodeaba, incluida la gente que pasaba tras su espalda o se sentaba muy cerca de ella para observar lo mismo. Las vistas. Esa panorámica que incluía un muelle, muchos edificios y la amplitud del océano.

—¿Interrumpo? —Una voz la trajo de vuelta al mundo real, porque esa voz siempre la hacía regresar.

—¿Chris? ¡Chris! —se alarmó al verle ahí, sentado a su lado, recordando que habían quedado para verse.

—¿Qué te pasa, Lof? —secó su mejilla izquierda con su pulgar y ella se sorprendió, pues no se había percatado de que aún seguía llorando.

—Lo siento, no debí... debería haberte... yo... —no era capaz de terminar ninguna frase— tiré mi móvil al mar. —Concluyó por fin a modo de explicación hacia su reciente plantón.

—Eso no me importa. ¿Por qué lloras? —esta vez secó su mejilla derecha, haciendo que la Diosa volteara de nuevo su rostro hacia él, ya que al terminar su frase, había clavado su vista al frente.

Se quedaron los dos completamente en silencio, mirándose a los ojos. Ella perdiéndose en ese marrón claro que hacía lucir el Sol y él en esos ojos tan oscuros que apenas se aclaraban con la luz.

Lovi no contestó y él no volvió a preguntar. Se quedaron callados, mirándose, como si no hubiera nada mejor que hacer, nadie a su alrededor y el tiempo no pasara. Entonces ella se dio cuenta de que había parado de llorar.

—Chris... —El puso un dedo sobre sus labios, haciéndola callar.

No quería que acabara ese momento, porque ese momento le parecía perfecto. Era el segundo en el que se quería quedar. Ahí, así, para siempre. Clavado en su mirada, tratando de buscar la luz en esa oscuridad que eran sus ojos cuando estaba triste.

Lovi bajó la cabeza. Ya no podía sostenerla más. Se sentía culpable. Había alejado a Christopher de su vida por promesas vacías. Por una mentira. Le había perdido por miedo y le había hecho daño por cobarde.

—Toma —se revolvió un poco para poder sacar algo de su bolsillo. Le tendió un auricular—. Póntelo. Vamos a escuchar música.

Afrodita le hizo caso. Miró al frente de nuevo, justo cuando unos delfines saltaban frente a ellos y Christopher, con el brazo que daba a su cuerpo, la abrazó y la atrajo hacia su hombro para que se apoyara. Quería reconfortarla y a su vez recordarle que siempre estaría ahí para ella, aunque no le dijera cual era el motivo de su pena.

Con la mano que tenía libre trasteó en su teléfono y pulsó play al encontrar la canción que estaba buscando. "Entra en mi vida" de Sin Bandera.

El cuerpo de la Diosa comenzó a temblar bajo su brazo y él la apartó para poder mirarla. Estaba llorando de nuevo.

—No, no llores, por favor —le dolía le corazón tan sólo con ver cómo sus ojos brillaban con tristeza—. Ahora la quito.

—¡No! —exclamó ella, mirándolo nuevamente a los ojos y agarrando su mano para que no hiciera nada con el teléfono.

Ambos, en aquel momento, sintieron la electricidad estática que el contacto les generaba. El vello de sus brazos se erizó, pero ninguno pudo verlo pues los llevaban cubiertos.

—Me encanta esta canción, por favor, no la quites.

<<¿Cómo le digo que no es una canción cualquiera? ¿Cómo le digo que he soñado por años con dedicarle cada palabra?>> Pensó Lovi.

—Siento algo tan profundo que no tiene explicación... —Christopher comenzó a cantar junto a los artistas, sin apartar los ojos de ella y sin mover ni un milímetro la mano de debajo de la suya—. No hay razón ni lógica en mi corazón.

—Entra en mi vida —ahora sus voces sonaban al unísono— te abro la puerta, sé que en tus brazos ya no habrá noches desiertas. Entra en mi vida, yo te lo ruego, te comencé por extrañar, pero empecé a necesitarte luego...

Se callaron de golpe.

Afrodita apartó la mano que sostenía la de su acompañante, él bajó la vista al notar el frío que había dejado la pérdida de contacto, pero pronto cerró los ojos al sentir como acariciaba su mejilla con la punta de los dedos. Apoyó la cara en su mano cuando ésta paró de moverla y se quedó ahí esperando a que decidiera acabar con aquel pequeño momento de intimidad. No lo hizo.

Los ojos se le abrieron de golpe, tan rápido como se volvieron a cerrar, cuando sus labios quedaron completamente unidos, con ella atrapando el inferior y el lamiendo el superior con mimo.

—Me tocaste y te volviste mi ilusión —cantó elecuatoriano aún con los labios pegados a los suyos.

Pero la Diosa tuvo un raptó de lucidez y bajó de las nubes a las que ella misma se había subido cuando decidió que necesitaba besar esos labios entreabiertos que pedían a gritos justamente eso, ser besados.

Y le costó separarse, porque tras sentir ese inesperado contacto, la mano de Christopher viajó desde su espalda hasta su nuca, donde la había agarrado con fuerza para poder profundizar más en aquel acto.

—Chris, perdón, no debí hacer eso, no podemos hacer esto. —sonaba arrepentida y aunque lo estaba, en el fuero interno de su ser sabía que de volver el tiempo atrás, lo volvería a hacer. Es más, estaba rogando poder volver el tiempo atrás para repetirlo, pero debía frenarlo.

—¿Por qué no? Ya sé que te dije que iba a respetar tu decisión de estar con otra persona y que me iba a olvidar de ti, pero no puedo, Lof, mucho menos después de esto. —callaron por un segundo sin apartar los ojos el uno del otro—. En realidad ni puedo, ni quiero, porque yo te amo. Te amo desde el primer día que te vi tras la pantalla del teléfono de Joel, te amo desde la primera vez que escuché tu risa, desde que te burlaste de mí en el baño de aquel club...

—Cuando te fuiste con otra —dejó caer, interrumpiendo su declaración.

—Un error que jamás me perdoné, pero sólo quise ser un caballero, no pasó nada con ella, iba a buscarte cuando te vi con Zabdiel. Yo... yo siempre te quise a ti, pero tu no sentías lo mismo por mí.

Afrodita agachó la mirada. Él no entendía nada. No entendía que siempre le había querido, que siempre había sido él y no lo entendía porque ella no se lo había demostrado, porque lo único que habían tenido hasta ese momento había sido... superfluo.

—Pero es que no podemos hacer esto, Chris... —le miró con incertidumbre y tras tragar duro y ver el dolor que sus palabras le causaban en el brillo triste de sus ojos, tomó una decisión—. Así no.

El cantante frunció el ceño sin entender. ¿Cómo que así no? ¿Qué quería decir con eso?

—Tengamos una cita. —Soltó de repente, al ver que él solo la miraba con duda—. Una cita de verdad. Vayamos a comer, a cenar, a pasear... lo que quieras, lo que se te ocurra, pero hagamos las cosas bien.

 
 
 

Entradas recientes

Ver todo
Capítulo 65 Primera cita

El crujido de la cama alertó a Venus, quien rio a carcajadas al escuchar un —shit— al otro lado de la pared. Conocía aquella voz y...

 
 
 
Capítulo 63 Hora de ser sinceros

Un carraspeo interrumpió aquel beso que se había hecho eterno. Sus labios habían quedado enrojecidos entre succiones y pellizcos. Se...

 
 
 
Capítulo 62 Tensión.

Atenea se despertó con una sonrisa en los labios. Había soñado con el que podría ser su futuro o más bien su presente en muy pocos días....

 
 
 

5 comentarios


Lou <3
Lou <3
21 dic 2022

ERICK LOVE YOUUUUU💘💘

Me gusta

Lou <3
Lou <3
21 dic 2022

✨SU LUGAR✨

Me gusta
denovelasvalacosa
denovelasvalacosa
21 dic 2022
Contestando a

Su lugar!

Me gusta

Lou <3
Lou <3
21 dic 2022

AAAAAAA ME MUERO, yo ya estaba como el Chris súper triste xq Lovi estaba toda negadora

Me gusta
denovelasvalacosa
denovelasvalacosa
21 dic 2022
Contestando a

Jajajajajajajajajajajajaja

Me gusta
Screenshot_2020-05-26-20-39-46-731_com.i

Joel Pimentel

Screenshot_2020-05-26-20-40-02-969_com.i

Erick Brian Colón

Screenshot_2020-05-26-20-39-54-352_com.i

Christopher Vélez

Screenshot_2020-05-26-20-40-19-526_com.i

Richard Camacho

Screenshot_2020-05-27-08-13-07-288_com.a

Zabdiel de Jesús

bottom of page